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  • David Crevillén C. - GrupoDC Solutions / Beatriz

Jihadismo vs. Policía


Year 2 - Week 33

ISSN 2603 - 9931

Nuevos targets, viejas pautas, antiguos problemas.

El undécimo número de Rumiyah, la revista del Estado Islámico, publicada el pasado 13 de julio, contiene en su sección fija “Military and covert operations” una breve mención al ataque frustrado en París de Abu Maysun al-Faransi, quien el pasado 18 de junio empotró su coche cargado de explosivos contra un vehículo de la policía en las inmediaciones de los Campos Elíseos, “extendiendo el terror entre los cruzados una vez más y recordándoles que la batalla ha llegado hasta su patria” (pág. 43). Reclamados por el Estado Islámico o no, varios son los incidentes vinculados al terrorismo jihadista que han tenido lugar en Francia y como objetivo las fuerzas de seguridad de este país. El pasado 6 de junio otro individuo que se declaró a sí mismo miembro del Estado Islámico trató de atacar a una pareja de policías con un martillo en las inmediaciones de Notre Damme. El 20 de abril el ISIS reclamaba otro ataque en la capital parisina, también en las proximidades de los Campos Elíseos, en el que el atacante detuvo su coche frente a un furgón estacionado de la policía y abrió fuego con un arma automática, con un saldo de un policía muerto y dos heridos; el terrorista fue abatido también en el mismo momento por compañeros de los heridos. El 18 de marzo otro individuo con supuestas conexiones con grupos jihadistas o radicales fue también abatido en el aeropuerto parisino de Orly al derribar a una soldado para arrebatarle el fusil, un hecho similar al del 3 de febrero en el Museo del Louvre, en el que un ciudadano egipcio al grito de “Allahu Akbar” trató de arrebatar el arma a una pareja de militares, amenazándoles con un machete. A pesar de que Rumiyah solo se refiere a los objetivos como “Cruzados franceses”, no resulta complicado extraer una pauta común a todos los ataques: dichos objetivos pertenecían al aparato de seguridad del Estado.

Efectivamente, si bien los modus operandi de todos estos ataques siguen patrones similares a los de otros lobos solitarios jihadistas, tales como bajo nivel de sofisticación técnica y táctica, y escasos vínculos de hecho con el Estado Islámico como organización coordinadora, el objetivo pasa de ser un soft target como espacio físico con medidas de seguridad reducidas y concebido para el esparcimiento o el ocio, y que por ello presentan grandes aglomeraciones de víctimas potenciales –caso de la Sala Bataclan en el mismo París o del mercado de Borough en Londres- a centrarse en objetivos humanos e individuales que sí pueden oponer resistencia. El cambio en el targeting desde el punto de vista racional de la consideración coste-beneficio resulta ilógico, pues los atacantes son con frecuencia neutralizados inmediatamente después de perpetrar el atentado o incluso antes del mismo. ¿Dónde está, pues, el beneficio de optar por este tipo de objetivos? No debemos olvidar que el objetivo del terrorismo como forma de guerra irregular es quebrar la estructura del poder establecido a través del miedo, por tanto prima el impacto psicológico que se provoca en la sociedad sobre el éxito cuantitativo –número de víctimas- del ataque. En este caso, lo que prima es atacar a la legitimidad del Estado como garante de la seguridad y bienestar de su ciudadanía, pero a su vez el acto de atrevimiento y osadía de atacar al brazo armado de ese mismo Estado. En otras palabras, lo que importa es lo simbólico de la acción, más que el resultado.

El cambio de pauta también dista de ser anecdótico. No solo es un cambio razonado a nivel de doctrina de combate jihadista, sino que el uso de tácticas terroristas por el contrario las fuerzas de seguridad de los Estados es un clásico insurgente vinculado a la guerra revolucionaria y especialmente a las guerras de descolonización. En este sentido, quizás el caso más representativo sea el del terrorismo argelino durante la guerra de independencia contra el gobierno colonial francés. El análisis que realiza David Galula en su obra clásica “Counterinsurgency” (1964) ya plantea lo extremadamente costoso que resulta para una administración pública prevenir el terrorismo: si la insurgencia vuela un puente, todos los puentes deben ser protegidos, y si la insurgencia lanza una granada dentro de una cafetería, en lo sucesivo habrá que reforzar las medidas de seguridad en todas las cafeterías y sobre todos los individuos que accedan a ellas. La prevención, en este sentido, es un arma de doble filo que por una parte protege, pero por otra genera mayor percepción acerca la presencia de una amenaza. En este contexto, si las medidas preventivas fallan, la propia administración pública perderá credibilidad frente a su población, produciéndose un desgaste moral que la insurgencia va a aprovechar. En su análisis sobre la insurgencia argelina, Galula señalaba la importancia dada a quebrar la estructura del poder colonial, dejando las consideraciones políticas relegadas a un segundo plano, y diferenciaba dos estadios en este modelo de insurgencia terrorista:

1.- Terrorismo ciego, cuyo propósito es atraer apoyos y adhesiones a la causa a través de ataques espectaculares como bombas, incendios e incluso operaciones coordinadas o en oleadas, para mantener el impacto mediático y psicológico.

2.- Terrorismo selectivo. Una vez conseguido el objetivo mediático y la creación de una situación de inseguridad, una segunda oleada terrorista busca alejar a la contrainsurgencia (el gobierno colonial) de la población (el centro de gravedad de todo conflicto), a la que intenta implicar en la lucha armada o al menos obtener su pasividad. Esto se consigue a través del asesinato de funcionarios del orden público de bajo perfil, puesto que son los que siendo parte del sistema de seguridad colonial, están sin embargo en un estrato social popular, de modo que su muerte sirve de ejemplo para todo el colectivo al que pertenecen. Finalmente, ello puede traer otra consecuencia devastadora para el Estado: siendo atacadas sus fuerzas, la respuesta es de utilizar una fuerza mayor y caer en una escalada de acción-reacción-opresión que terminará de alienar a la población pasiva respecto al poder, aproximándola al apoyo a la insurgencia, mientras que la población adepta al régimen colonial perderá la confianza por la incapacidad del Estado de devolver la estabilidad.

Si aplicamos este esquema a la doctrina de combate de al-Qaeda, heredada e implementada por el Estado Islámico y plasmada en la obra “Gestión de la Barbarie” de Abu Bakr an-Naji, que define una periodización en tres fases, siendo 1) uso del terrorismo, salvaje, recurrente y prolongado en el tiempo hasta quebrar la voluntad de los Estados infieles, 2) someter a la población a través de la dictadura del miedo, y 3) intercambiar seguridad –ausencia de miedo- por sometimiento, estableciendo la sharia sobre una población controlada, comprobamos que las dos fases de que hablaba Galula ya en 1964 se reflejan en la idea de terrorismo recurrente que busca quebrantar la voluntad del Estado, proponiendo una estructura política que lo sustituya en las fases segunda y tercera de an-Naji. En este sentido, los ataques a las fuerzas de seguridad francesas actuarían como un movilizador de apoyos por su atrevimiento –la propaganda por los hechos de que hablaba Kropotkin-, en una escalada de violencia donde se ha pasado de los objetivos blandos a atacar al propio tejido securitario del Estado, mientras que, por otra parte, busca la reacción del mismo a través de lo que se puede presentar como respuesta desproporcionada, no necesariamente en términos de represión, sino en términos de refuerzo de la seguridad en la calles que ponga de manifiesto la existencia de un problema, del auge de la extrema derecha y las respuestas islamófobas que agudicen la separación entre insurgencia y contrainsurgencia.

En conclusión, el aparente cambio de objetivos que se ha producido en Francia puede tener implicaciones que superan el impacto psicológico y la percepción de seguridad de la población, puesto que no sólo atentan contra los propios individuos que sufren el ataque, sino también contra el propio tejido político, social y administrativo que conforma en este caso al Estado francés. Por tanto, la gestión del problema no es solo una cuestión de medidas de seguridad, sino de resiliencia tanto del Estado como de la sociedad por la que está constituido, puesto que como en cualquier conflicto, la sociedad es el Centro de Gravedad, el bien principal a proteger, y es quien debe recuperarse al miedo sin erosionar la legitimidad del Estado bajo el que se ampara.

Artículo publicado en la revista Tactical Online en agosto de 2017

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