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  • Beatriz Gutierrez

UNA VEZ MÁS, LONDRES.


Year 2 - Week 23

La noche de la final de la Champions League es una de esas noches en la que el mundo deja de girar en cualquier ciudad con afición. Madrid, Turín, Cardiff, posiblemente contuvieron la respiración durante noventa minutos. Ya nos habían llegado noticias de que Cardiff estaba blindado, a tenor del último atentado terrorista hace menos de quince días en el Manchester Arena. El estadio incluso contemplaba cerrar su techumbre para prevenir ataques con drones. Sin embargo la lógica terrorista funciona de otra forma. El terrorismo, como procedimiento de combate irregular, tiene a no enfrentarse directamente contra un enemigo más fuerte, lo que operativamente debemos traducir como que efectivamente las medidas de seguridad son disuasorias, pero van a generar un efecto desplazamiento hacia otro objetivo con menores niveles de protección. En las últimas semanas hemos vuelto de forma recurrente a este tema, porque los terroristas han buscado objetivos “más blandos”. En un país como Gran Bretaña, en una ciudad como Londres y en una noche como la de la final de la Champions, el mejor objetivo blando, el más amplio y en el que se va a provocar un mayor número de víctimas es, desafortunadamente, la propia calle.

La secuencia de eventos contaba con la variable de una de las zonas con mayor actividad nocturna de Londres y en una noche de especial actividad, con una de las finales más importantes del año celebrándose a unos cientos de kilómetros, lo que proporcionaba el necesario bajo nivel de percepción de amenaza de las víctimas potenciales: psicológicamente, los viandantes estarían probablemente centrados en disfrutar de la noche del sábado o en la victoria del Real Madrid tras haber pasado una tarde en compañía de amigos y disfrutando del partido. La percepción de amenaza de la población no tiene por qué coincidir con la percepción de amenaza de las fuerzas de seguridad, y de hecho, para los primeros es difusa y discontinua, y en muchos casos se ampara en un “a mí no me va a tocar”.

La segunda variable a considerar es la organización del ataque. Tampoco es la primera vez que hablamos de esto, una de las diferencias entre un ataque terrorista y un caso de amok es precisamente la organización. Los ataques terroristas, por muy poco sofisticados que sean, se someten a un ciclo de planeamiento en el cual como mínimo, se selecciona un objetivo y se analizan sus especificidades para maximizar el número de víctimas. Una zona como la del London Bridge, que no es ni más ni menos que una calle larga, recta y ancha, con gran afluencia de público, especialmente en una noche de verano y con un evento deportivo de alto nivel que acababa de terminar, se presenta como un soft target plausible.

La tercera variable, que podría estar inserta en la anterior como parte del ciclo de planeamiento, es el modus operandi, la táctica empleada, pero también el número de atacantes. En primer lugar se produjo un atropellamiento a lo largo de todo el Puente de Londres, con una furgoneta, cuyo efecto por tamaño y potencia es previsiblemente mayor que el logrado con un turismo. También en el ataque de Westminster el pasado mes de marzo se utilizó un vehículo turismo, pero de gran tamaño, como es un todoterreno. Tras desplazarse por la acera derecha del puente a gran velocidad, y atropellar a varias decenas de viandantes, el vehículo alcanza el extremo sur del puente, ya en la zona de Borough Market. Tres individuos bajan del mismo y apuñalan a varios transeúntes para posteriormente continuar el ataque en el interior de un restaurante. Ninguna de las dos tácticas supone nivel alguno de sofisticación, ni tan siquiera la combinación de las mismas, de hecho es el mismo modelo empleado en Westminster, la innovación pues radica en el número de atacantes, que permitió ampliar el ratio de apuñalamientos. El saldo de víctimas: siete muertos y cuarenta y ocho heridos. El incidente concluyó con un rápido despliegue policial y los tres atacantes abatidos. Se les encontraron adosados el cuerpo cinturones explosivos simulados, de lo que podemos sacar una conclusión más: falta de capacidad técnica de los atacantes –si hubiesen podido utilizar explosivos, lo habrían hecho, nuevamente para maximizar el número de víctimas- y posiblemente ausencia de links operativos con una organización terrorista como por ejemplo el Estado Islámico. A pesar de que al cierre de este análisis la organización no ha reclamado la autoría del ataque, parecen claros los vínculos ideológicos y las tácticas de baja sofisticación empleadas. En este sentido, remarcar un hecho que quizás no sea baladí: durante la pasada semana nos llegaba a la redacción de GrupoDC Solutions un mismo vídeo por tres fuentes diferentes, todas ellas vinculadas a la seguridad pública y privada. Este vídeo, con la bandera del Estado Islámico como única seña identificativa, era una tutorial de tres minutos en francés con subtítulos en inglés y árabe, en la que enseñaba técnicas eficaces de apuñalamiento. No es nada novedoso, desde 2014 circulan por diversos canales tutoriales en pdf de grupos palestinos explicando procedimientos de apuñalamiento en el contexto de la Intifada de al-Quds, pero la coincidencia en el tiempo nos trae de nuevo a colación el rol de los medios digitales en los procesos de adoctrinamiento y entrenamiento operativo de los atacantes, que facilitan la perpetración de ataques de baja sofisticación y alto impacto mediático.

Respecto a la gestión del incidente, tanto la prensa británica como las fuentes oficiales en redes sociales comunicaban que el tiempo de respuesta de las fuerzas de seguridad fue de ocho minutos desde que se recibió el aviso hasta que se desplegaron por toda la zona del incidente. Por primera vez la policía británica activó el protocolo run-hide-tell, variante del protocolo estadounidense run-hide-fight, y que en lugar de luchar en caso de peligro inminente para la vida, acentúa el evitar la situación de riesgo extremo y poner la situación en conocimiento de las autoridades lo antes posible. Dicho protocolo también fue comunicado a través de redes sociales, y tanto el reducido tiempo de respuesta como el uso de run-hide-tell –o fight, puesto que se repitieron los casos en que clientes del restaurante atacado trataron de desarmar a los agresores con armas de fortuna como sillas o botellas- posiblemente minimizó el número de víctimas mortales e incluso la seriedad de las lesiones

Las cuestiones subyacentes son también recurrentes. Los primeros intervinientes son las propias víctimas potenciales, y dramáticamente, más que por protocolo han aprendido a gestionar este tipo de incidentes por experiencia. Los objetivos blandos continúan siendo el objetivo principal, como efecto desplazamiento desde los objetivos que se han endurecido como medida de protección y disuasión. Si endurecer todos los objetivos blandos es prácticamente imposible, y además poco recomendable, puesto que ello conllevaría aceptar la victoria del miedo, la vía que se presenta como más plausible es reforzar la prevención a largo, medio y corto plazo, desde los servicios de inteligencia a la concienciación ciudadana para que no sólo respondan a los incidentes por ensayo y error, sino en condiciones de seguridad y minimizando el riesgo para su vida. En este sentido, la coordinación de toda la estructura de seguridad es fundamental, desde la administración pública a la ciudadanía de a pie.

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