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Prevención situacional en el ámbito de la seguridad.

Actualizado: 11 oct 2020


Autor:

Beatriz Gutiérrez, Phd/APP

Semana 48

ISSN 2603 - 9931


La prevención situacional es posiblemente una de las corrientes más importantes en la prevención de la criminalidad actual, dentro de lo que se denomina “orden público basado en la resolución de problemas” (Problem solving policing). Aunque sus objetivos son muy similares a los de la prevención primaria -target hardening, vigilancia, etcétera-, la prevención situacional se centra en problemas, lugares, personas o tiempos específicos. Este enfoque asume que un mayor grado de identificación de los problemas antes de implementar un plan generará resultados más focalizados y, en consecuencia, más efectivos. Por ello, se centra en la identificación de lugares, personas y objetos en riesgo de victimización o re-victimización.

La prevención situacional aparece como escuela de la mano de Paul Clarke en los años 70, en el British Home Office, como parte de una serie de proyectos que buscaban reducir factores específicos relacionados con la delincuencia y los lugares y situaciones donde ésta tenía lugar. Clarke apuntaba que gran parte de este esfuerzo se basaba en el hecho de que el crimen a menudo refleja un riesgo preexistente, así como el esfuerzo que el delincuente debe realizar para superarlo y el beneficio recabado; en otras palabras, los delincuentes deciden qué oportunidades ofrecen mayores ventajas y cuáles conllevan un mayor riesgo, y actúan de acuerdo con este análisis.

Clarke, en 1983, ofrece la siguiente definición de prevención situacional: “La Prevención situacional se puede caracterizar por comprender medidas a) dirigidas a formas altamente específicas de delito, 2) que implican la gestión, diseño o manipulación del entorno inmediato de modo tan sistemático y permanente como sea posible, y c) de modo que se reduzcan las oportunidades para que se produzca el crimen y se incrementen los riesgos percibidos por el delincuente”

En esta definición, el principal elemento es “reducir las oportunidades e incrementar los riesgos percibidos por el delincuente”. En este sentido, la prevención situacional se asienta sobre tres fundamentos teóricos: la teoría de la elección racional, actividades rutinarias y pautas delictivas, son conjuntos de ideas que analizan la habilidad de los delincuentes para responder a las oportunidades de cometer un delito. En este sentido, tanto delincuente como víctima cobran mayor relevancia.

Teoría de la elección racional. La piedra angular de la prevención situacional es la idea de que los delincuentes responden a la oportunidad de delinquir y toman decisiones a la hora de hacerlo. La teoría de la elección racional precisamente afirma que los individuos toman decisiones acerca de si cometer un delito basándose en una serie de inputs, incluyendo el esfuerzo que implica, los beneficios potenciales, el grado de apoyo con que cuente, el riesgo de ser detenido y castigado, y las propias necesidades del individuo. Ello no implica que cometa un delito cada vez que tiene oportunidad, sino que el delito se basa en decisiones calculadas de riesgo, esfuerzo requerido y beneficios.

Teoría de las actividades rutinarias. Una de las fuentes de información que los delincuentes utilizan en su toma de decisiones es su propia rutina. La teoría dice que la oportunidad de delinquir surge de la confluencia entre un delincuente potencial motivado y un objetivo adecuado, en ausencia de elementos “guardianes”, y es esta convergencia la que proporciona la oportunidad de delinquir. Un ejemplo es los robos de viviendas durante las vacaciones de verano o en viviendas en segunda ocupación durante el invierno.

Finalmente, teoría de las pautas delictivas. Basándose en las anteriores, afirma que el comportamiento delictivo se asienta sobre pautas que pueden ser analizadas desde la óptica de cuándo y dónde ocurre el delito. Los delincuentes desarrollan, de este modo, modelos del entorno social y económico en el que operan, basado en las actividades diarias en las que se relacionan. Esta información es fundamental para identificar tanto objetivos como amenazas potenciales

Técnicas de prevención situacional. Se basan principalmente en tres aspectos: incrementar el esfuerzo, incrementar el riesgo y reducir los beneficios. Clarke establece una clasificación, con un resultado de doce técnicas, a las que posteriormente se añadirán otras cuatro, y sobre las que múltiples autores han trabajado y desarrollado tanto cualitativa como cuantitativamente:

Incrementar el esfuerzo del delincuente a la hora de cometer el delito.

Target hardening. Implantación de medidas o barreras físicas como vallados, pantallas blindadas o cerraduras, que dificulten el acceso del delincuente al objeto.

Control de accesos. Se refiere a todas aquellas medidas que busquen evitar que un intruso penetre en una zona previamente definida a la que no está autorizado a acceder. Los mecanismos de control de accesos son, a día de hoy, una de las principales medidas de protección física, tanto en medios pasivos como activos y electrónicos.

Desviar a los delincuentes del objeto potencial del delito, por ejemplo, modificando la línea de cajas en un supermercado, de modo que al evitar la aglomeración de clientes en línea se minimice el riesgo de carterismo.

Controlar a los facilitadores o eliminar los elementos que pueden conducir al delito, como armas, drogas, etc. En algunos entornos se controlan incluso elementos como dinero en metálico o tarjetas de crédito, en previsión de que, sin dinero, no se pueden llevar a cabo intercambios ilícitos en un determinado recinto.

Incrementar el riesgo que dicho delito supone para el delincuente en términos de privación de libertad, ser identificado, sufrir lesiones, etc.

Vigilancia de entradas y salidas. Se solapa tanto con el control de elementos facilitadores -con qué se puede acceder a un recinto y con qué no se puede acceder, en previsión de la comisión de un posible delito-, y con el control de accesos -quién está autorizado y quién no, en base a aspectos como posesión de entradas, documentos identificativos con autorización, etcétera.

Vigilancia formal. Es toda aquella vigilancia llevada a cabo por medios regulares y estructurados, como policía, seguridad privada o circuitos CCTV. Provee tanto disuasión como alerta temprana y detección de conductas sospechosas o actividades ilícitas.

Vigilancia/monitorización por los empleados. Este punto no apunta tanto a la figura del “chivato” o “soplón”, sino a desarrollar una conciencia de cohesión entre los empleados, que permita detectar conductas sospechosas o potencialmente peligrosas, y establecer mecanismos de comunicación y monitorización.

Vigilancia natural. Se trata de capitalizar la capacidad de observación de elementos sospechosos en un entorno por sus propios vecinos, fomentando aspectos del escenario que favorezcan la visibilidad y comunicación: setos, arbustos, iluminación, disposición de ventanas, etc. Está íntimamente relacionado con los diseños arquitectónicos basados en CPTED.

Reducir los beneficios que el delito supone a priori para el delincuente, de modo que cometer la acción resulte menos atractiva.

Target removal. Se basa en el principio de eliminar la posibilidad de acceso físico del delincuente al objeto, por ejemplo, reduciendo el dinero en efectivo de una caja de cobro a un máximo determinado, para que la suma no sea atractiva a potenciales delincuentes.

Identificación de la propiedad: se basa en el concepto de “lo que tiene un propietario identificado” reduce los riesgos de ser atacado.

Eliminación de objetivos para reducir la tentación de cometer un delito, por ejemplo, no aparcar un coche caro en la calle, sino en el garaje, no por protección, sino para quitarlo de la vista.

Denegar los beneficios, a través de métodos como la tinta permanente en dinero robado, que hace que la suma quede inutilizada para su uso.

Limitar las excusas y vacíos legales. Este set de técnicas se orientan a influir en la moralidad del delincuente como uno de los factores condicionantes de su actitud. Han cobrado especial importancia frente a nuevos delitos facilitados por las nuevas tecnologías, nuevas formas de fraude y corrupción, etcétera.

Establecimiento de leyes o mandatos por la autoridad, que eliminen cualquier ambigüedad susceptible de ser explotada.

Desarrollar la concienciación social acerca de determinados delitos, de modo que no se produzcan o se filtren como “negativos” y se contengan como mecanismos de protección social.

Control sobre elementos desinhibidores como el consumo de alcohol o drogas, también considerados facilitadores.

Facilitar el cumplimiento de las normas cívicas con señales, cartelería, mobiliario público, etcétera.

De este modo, la prevención se acerca al objetivo -víctima- para, tras analizar sus especificidades y proponer medidas de mitigación o respuestas. Sin poder decir que un mismo modelo sirva para cada situación, el análisis de riesgos es clave para poder elegir la respuesta adecuada para combatir el tipo de criminalidad -con sus propios parámetros de letalidad, sofisticación, horquilla de beneficios, etcétera-, y alcanzar resultados satisfactorios en la provisión de seguridad y prevención.


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