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  • Beatriz Gutierrez, Phd. / APP

2019: El año de las protestas.

Actualizado: 11 oct 2020


Semana 47

ISSN 2603 - 9931

2019 pase posiblemente a la Historia, entre otros factores, por un año marcado por las protestas y movimientos de contestación social a nivel mundial. Francia, Hong Kong, Chile, Ecuador, Bolivia, Iraq, Líbano, Irán e incluso Cataluña, han saltado diariamente, especialmente en las últimas semanas, a los medios de comunicación de todo el mundo. Este artículo busca proporcionar no tanto un análisis pormenorizado de cualquiera de estos fenómenos, sino una aproximación a la dinámica de masas, a sus mecanismos de interacción y, a cómo su desarrollo incide en diversos aspectos de la seguridad ciudadana.

Cuestiones definitorias.

En la actualidad, manifestaciones, desórdenes públicos y disturbios pueden producirse por razones diversas, como son las privaciones económicas, aislamiento o injusticia social, cuestiones raciales, étnicas o religiosas, etc., que producen diversos grados de percepción de la opresión o de agravios entre sociedad y gobierno, sean éstos reales o construidos.

Una manifestación puede ir de protestas simples y no violentas que señalan problemas específicos, a actos que se convierten en disturbios de gran calado. Las primeras, como reunión en protesta por algo, están amparadas como derechos constitucionales fundamentales de reunión y libertad de expresión. Normalmente, las manifestaciones que se producen en cualquier ciudad están formadas por ciudadanos respetuosos de la ley que llevan a cabo protestas no-violentas; sin embargo, con frecuencia también en algunas de estas manifestaciones existen elementos que planean acciones con distintos niveles de violencia como mecanismo de movilización para dar visibilidad a la causa que defienden. A su vez, la respuesta policial es utilizada ante los medios de comunicación para ganar la simpatía de la sociedad, presentando a las fuerzas del orden público como un actor represivo. Sin embargo, esta reacción policial –buscada deliberadamente- es fruto por una parte de la conducta ilegal o criminal de algunos manifestantes, y por otra de las autoridades, que son responsables de la seguridad e integridad de la población en su conjunto, tanto de los propios manifestantes como del resto de la ciudadanía. La presencia de agitadores e instigadores infiltrados en la masa constituye un hecho recurrente en la gestión de multitudes.

Las tensiones entre una parte de la sociedad y el gobierno pueden aparecer, de este modo, de forma más o menos repentina por aspectos como hambre, falta de oportunidades laborales, servicios públicos inadecuados, dificultades en el acceso a la vivienda o al mercado laboral, etc. Cuando el nivel de tensión a nivel de comunidad se eleva, incluso incidentes menores, rumores y pequeños actos percibidos como injustos por una parte de la población, pueden llevar a la formación de grupos y a una multitud que actúe de forma desordenada y violenta. Todo ello se magnifica en situaciones donde las relaciones entre comunidad y autoridades ya están deterioradas. Las diferencias étnicas e identitarias pueden conllevar también un mayor grado de tensión.

La formación de la masa o multitud.

Como se viene mencionando, toda multitud reunida con un propósito puede ser una masa pacífica o incluir en su interior elementos tendentes al uso de la violencia. La multitud, en cualquier caso, se forma y desarticula a través de una serie de fases, cada una de ellas con sus especificidades y riesgos.

Podemos definir la masa o multitud como la reunión de un elevado número de individuos y/o pequeños grupos que se han congregado temporalmente en un mismo lugar. Estos pequeños grupos se forman normalmente siguiendo lazos familiares, de amigos o conocidos relacionados por la misma ideología o causa. La multitud proporciona un sentimiento de anonimato, sin que un individuo sea reconocido salvo por las personas con las que ha acudido, y una percepción de cohesión, construida sobre la causa común. Ello hace que el individuo se “anonimice” en pro de la multitud, lo cual genera un efecto de desinhibición por un lado, y por otro lado un efecto contagio, donde se facilita que el individuo se mimetice en la masa, adoptando el comportamiento de la mayoría.

La reunión es el hecho en sí de la congregación de individuos en un mismo espacio. Debemos entender la reunión como un proceso en tres fases, inicio o asamblea, concentración y final o disolución o dispersión, cada uno de ellos con sus propias especificidades en términos de riesgos e implicaciones para la seguridad y el orden público.

La asamblea es el movimiento de individuos desde diferentes ubicaciones a una localización específica en un momento determinado. La fase de asamblea se puede producir de dos formas, espontáneamente u organizadamente. En el primer caso, se produce de forma informal, principalmente convocadas por el boca a boca o por redes sociales. Los participantes se comunican hora, lugar o propósito por mecanismos informales, entre ellos, sin una convocatoria previa. Algún ejemplo son las manifestaciones de la Primavera Árabe en sus primeros momentos, o las celebraciones de una victoria deportiva. Por el contrario, las asambleas organizadas se producen convocadas por actores con capacidad de atraer asistentes, contando con planeamiento en cuanto al desarrollo, trayectoria de la manifestación o espacio donde se produzca la concentración, y en muchos casos, cuenta con autorización de las autoridades para su celebración en un lugar y periodo de tiempo determinado. La fase de la asamblea lleva aparejada consideraciones logísticas tales como medios de transporte y vías a utilizar, avituallamiento, etcétera, factores que pueden llevar al colapso de calles, del tráfico o de la propia red de transporte público, entre otros.

La fase de concentración es la que propiamente construye la masa. La sociología de masas ha demostrado que las masas son heterogéneas en su composición como grupo y como individuos, cada uno de ellos con sus propias agendas, que en algunos casos pueden incluso colisionar (facciones pacifistas vs. Facciones violentas), si bien la motivación de la congregación sí va a ser unánime. El anonimato que proporciona la masa permite a los individuos mantener un perfil bajo, mientras que los grupos tienen mayor capacidad de acción, que no necesariamente tiene por qué ser violenta. También se puede dar una amplia heterogeneidad en el nivel de organización de los diversos grupos, que generan a su vez distintos niveles de cohesión, compromiso con la causa, capacidad de implicación y adhesión a la estrategia grupal, etcétera. Son estos grupos organizados los que juegan un papel de mayor importancia en las posibles escaladas de violencia de las multitudes, al ser ellos quienes cuentan con una agenda pre-establecida de acción para el lugar y momento de la concentración, jugando con el efecto maximizador de la psicología mimética de la multitud. Por ello, la información e inteligencia acerca de posibles participantes que cumplan estas características es un factor clave en el control de la masa en concreto durante su fase de congregación.

Finalmente, se produce la fase de dispersión o disolución, que conlleva el movimiento de la multitud desde la ubicación común donde se habían reunido a una o más localizaciones alternativas. La dispersión puede ocurrir de forma rutinaria, por emergencia o por coerción. La dispersión rutinaria es aquella que viene especificada de antemano, por ejemplo, “la manifestación concluirá a las 18 horas”, y se produce siguiendo las normas dictadas. La dispersión de emergencia se produce cuando los asistentes evacúan el área como resultado de una crisis inesperada, como un fuego, amenaza de bomba o bomba, altercados, etcétera; si hablamos de dispersión significa que los asistentes han mantenido la cabeza fría y evacuado de forma ordenada, abandonando la zona de peligro, pero también podemos mencionar dispersiones de emergencia que han terminado en tragedia, como el Puente de al-Aaimmah, en Bagdad en 2005. Finalmente, la dispersión coercitiva se produce por el uso de la fuerza y tras haber agotado otros canales negociadores a la hora de llevar a cabo la disolución de la multitud tras el fin del periodo de autorización -legal o tácita- para la congregación; no obstante, cuando las multitudes se tornan violentas es el modelo más practicado.

Diferentes dinámicas para distintos niveles de violencia.

Finalmente, aunque existen clasificaciones diversas, una forma básica de definir las diversas dinámicas de multitudes potencialmente peligrosas o agresivas sería la siguiente:

Desórdenes públicos. Significa una quiebra básica del orden público. Individuos o pequeños grupos reunidos con tendencia a quebrar el orden normal de las cosas a su alrededor -tráfico, mobiliario público, acceso a comercios, etc. -.

Alteración del orden. A la quiebra del orden público se añade una situación de caos acompañada de cantos, sentadas, gritos, ruido -como factor disruptor del orden- etcétera. Las acciones de la masa alcanzan la suficiente entidad como para afectar la normalidad social en una determinada zona y momento.

Disturbios. Se producen cuando la alteración del orden se vuelve deliberadamente violenta. La masa se convierte en una multitud que se expresa violentamente a través de la destrucción de la propiedad pública y privada, el asalto a viandantes que sean ajenos a la propia multitud o expresen ideas contrarias, la interrupción de las comunicaciones, etcétera. El resultado es un entorno extremadamente volátil. Esta situación suele darse en casos donde la motivación de la masa es de carácter emocional o ideológico, entorno que favorece el contagio de la agitación, dando paso a la conducta violenta. Uno de los efectos de la masa es que favorece que los individuos, amparados en el anonimato y la protección que el propio grupo ofrece, lleven a cabo actos de violencia impensables por sí mismos. Actos extremos de violencia y destrucción de la propiedad se suelen ver asociados a este tipo de casos, donde uno de los elementos clave es la atracción de otros grupos -efecto contagio- y la fluidez y dinamismo de la multitud.

Para concluir, haremos una breve mención acerca de las tácticas y armas empleadas en este tipo de acciones. Algunas de las más comunes son la construcción de barricadas -árboles, coches, neumáticos ardiendo, cualquier cosa que sirva para dificultar el movimiento de las fuerzas de seguridad-, tanto para alterar las comunicaciones como para protegerse frente a posibles asaltos por parte de las fuerzas del orden público, a las que obligarían o a ralentizar su acción o a dividirse para envolver a barricada y manifestantes. En segundo lugar, objetos arrojadizos, sean medios de fortuna como piedras o adoquines o predeterminados, como hondas o tirachinas; en ambos casos, estos medios, alcanzando la suficiente velocidad, puede provocar incluso traumas penetrantes a transeúntes y fuerzas policiales. Finalmente, también son utilizados con frecuencia artefactos incendiarios como los cócteles molotov, que utilizan el fuego tanto como mecanismo de barrera como, gracias al fuego, para dificultar la visión, precisión y capacidades de las fuerzas de seguridad, a la vez que proporcionan cubierta visual mediante el humo.

Todo lo anterior da idea de la complejidad de este tipo de situaciones, y de la necesidad de, primero, conocer las dinámicas de masas propias del contexto, y segundo, planear las respuestas más adecuadas, que en muchos casos requerirán también enfoques integrales donde participen actores múltiples. En cualquier caso, el potencial disruptor de este fenómeno, sea violento o no, hace que sea altamente conveniente manejar el riesgo de dinámicas de multitudes dentro del catálogo de riesgos antisociales.

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