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  • Beatriz Gutiérrez

El fin del Estado Islámico? Lo que la doctrina insurgente dice.

Actualizado: 11 oct 2020


Year 4 - Week 8

ISSN 2603 - 9931

Durante las últimas semanas un nuevo nombre sirio ha ganado notoriedad en la prensa internacional. Baghouz al-Fawkani, un suburbio de Deir al-Azzor, próximo a la frontera con Iraq y uno de los bastiones del Estado Islámico, se ha convertido en el último reducto de la organización insurgente, acosada por fuerzas kurdas y estadounidenses a punto de retomar el control sobre la zona. Durante los años de la insurgencia iraquí, entre 2003 y 2006, esta zona fronteriza y en su mayoría desértica se convirtió en zona de cruce para la multitud de mujahidines o foreign fighters que atravesaban Siria –con la anuencia del régimen de los Assad- para entrar en Iraq y unirse a las filas de al-Qaida en la Tierra de los Dos Ríos, también conocida como Estado Islámico de Iraq (ISI, por sus siglas en inglés), en aquella época bajo las órdenes de Abu Musab al-Zarqawi.

Ya en 2007 la organización, dependiente orgánicamente pero con autonomía operativa de al-Qaida, trató de establecer un gobierno de facto, una suerte de base o territorio liberado bajo su gobierno en Iraq, si bien el proyecto fracasó por falta de apoyo social, pues las comunidades iraquíes, en buena medida por la brutalidad del movimiento en la represión de herejes –shiitas- y apóstatas –musulmanes laicos o no partidarios de la lucha armada- se negaban a acatar las órdenes del grupo. Sin embargo, el elemento más interesante de esta época fue el denominado “Despertar Árabe” o “Sahwa”, promovido por Estados Unidos, consistente en formar milicias locales para combatir al Estado Islámico. Para 2008 y a pesar de una escalada en el número de ataques en el año anterior, las capacidades del Estado Islámico se habían visto mermadas y, aparentemente, el movimiento redujo su número de acciones hasta prácticamente dejar de suponer una amenaza militar activa.

Sin embargo, al más puro estilo maoísta, conforme las tropas estadounidenses comenzaron a retirarse en 2009, con la consecuente desmovilización de las milicias de la Sahwa, el ISI grupo comenzó a reestructurarse y a recuperar capacidades operativas. Para 2011 y bajo el liderazgo de Abu Bakr al-Baghdadi, tras la muerte de sus antecesores, y aprovechando el estallido de la guerra civil en Siria, las luchas tribales en Iraq y la muerte de Osama Bin Laden, el proceso de expansión, todavía de forma encubierta, se consolida en Iraq y comienza a extenderse al otro lado de la frontera, donde se sientan las primeras bases de Jahbat al-Nusra como brazo de al-Qaida en Siria, pero todavía controlada por al-Bagdadi. Entre 2012 y julio de 2013, el ISI lanzó una inesperada ofensiva denominada “Breaking the Walls”, en la que atacó sucesivamente las principales cárceles iraquíes, liberando a miembros significativos de la organización, tanto por su experiencia operativa como por su capacidad de reclutamiento de nuevos efectivos, engrosando sus filas en varios centenares de jihadistas con capacidad de mando. De julio de 2013 al establecimiento de la extensión territorial unificada desde el Este de Iraq al Oeste de Siria, el ISI estaba a tan solo un paso[1]. Sin embargo, lo interesante de esta historia no es tanto su auge, sino lo que la caída de al-Qaida en 2007 y su posterior resurrección pueden enseñarnos. Y ello, lejos de tratarse de una innovación del grupo jihadista global, se fundamenta en la doctrina insurgente o de la guerra irregular clásica.

David Galula, en su obra “Counterinsurgency Warfare”, señalaba que, puesto que las insurgencias no eligen a su oponente, sino que deben aceptar al poder establecido al que pretenden derrocar tal y como es, con frecuencia se hallan sin recursos para enfrentarse a él. Por ello, en caso de oposición a una fuerza contrainsurgente mucho más poderosa, la insurgencia espera hasta que aquella se debilita por cuestiones internas o externas[2]. El general Cassinello, en el manual “Operaciones de guerrillas y contraguerrillas”, afirmaba que la periodización guerrillera se basa en la flexibilidad, de modo que cuando las fuerzas insurgentes se ven hostigadas sin capacidad de respuesta, se repliegan temporalmente para reorganizar su estructura y retornar a la lucha con renovadas capacidades y cohesión interna[3]. Debemos tener en cuenta para analizar este enfoque que, en cualquier procedimiento de combate vinculado a la guerra irregular o a un conflicto asimétrico, es decir, se trate de una guerra de guerrillas o de terrorismo –los dos principales procedimientos de combate de las insurgencias contemporáneas- una de las premisas estratégicas es la guerra prolongada hasta el agotamiento y consiguiente desmovilización del enemigo –poder establecido al que derrotar-, y que en este sentido la victoria no es lineal, sino que se basa en prolongar la lucha hasta conseguir este objetivo. Por ello, las insurgencias combaten defensivamente en lo operativo y ofensivamente en lo táctico: operativamente prima la supervivencia, mientras que en lo táctico prima la superioridad táctica en un momento dado, tras lo cual el ataque se diluye en la población o el entorno.

Si aplicamos este marco teórico a la destrucción de los últimos bastiones del Estado Islámico en Siria, varios aspectos a remarcar aparecen. El jihadismo global se basa de forma inherente en una concepción temporal de guerra prolongada. Obras como la de Abu Bakr an-Naji sobre la periodización de la jihad global así lo demuestran. En el plano ideológico, a pesar de las vicisitudes que el movimiento ha sufrido y de sus escisiones y cambios de lealtades entre el Estado Islámico y al-Qaida, la cohesión interna, bien por ideología o bien por cuestiones logísticas, parece incuestionable; a ello se une la atracción que el modelo ideológico mantiene en nichos sociales occidentales proclives a la radicalización, tanto física como digital, expandiendo aún más la red de apoyos al jihadismo global. Por tanto, y aquí reside la pregunta incómoda, ¿ante un movimiento insurgente globalizado con una cohesión interna, si bien difusa, que todavía permanece sólida, es descabellado pensar que, al igual que sucedió en 2007 el movimiento soterrará su estructura, reconstruirá la organización bajo el mismo nombre o bajo un nuevo banderín de enganche, y volverá bajo una nueva forma pero con una misma ideología y tácticas más o menos similares, en un futuro a corto o medio plazo? La Historia y la doctrina dicen que no, que no solo no es descabellado, sino que es plausible. Por ello, las políticas de prevención, la labor de las agencias de inteligencia tanto en Occidente como en los escenarios donde potencialmente pueda producirse este retorno, así como los programas de Reforma del Sector Seguridad –que van mucho más allá de las misiones de entrenamiento policial- en estos escenarios potenciales de riesgo, constituyen herramientas que no deberían dejarse de lado. La victoria, a fin de cuentas, no se define de la misma manera si leemos a Clausewitz que si leemos a Mao.

[1] Lister, C. (2014), Profiling the Islamic State, Brookings Doha Center Analysis Paper, November 2014, pp. 8-11.

[2] Galula, D. (1964), Counterinsurgency Warfare, Frederick Praeger Publisher, New York, p. 24.

[3] Cassinello, A. (1966), Operaciones de guerrillas y contraguerrillas, COMPI, Madrid, 2ª Edición, p.55.

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