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  • Co-Autores: Pedro Salinas C., Ricardo Montilla C.

Rescate Táctico, un viejo conocido con un nuevo nombre (II)


Year 3 - Week 37

ISSN 2603 - 9931

Mogadiscio 3 de octubre de 1993, operación RESTORE HOPE, la unidad de búsqueda y rescate en combate integrada por el 24 Special Tactics Squadron con miembros de los Air Force Pararescue Jumpers, conocidos como PJ, que formaban parte de la fuerza de operaciones especiales de Estados Unidos desplegada en ese país, se disponía a realizar el trabajo para el que se habían entrenado duramente. Solamente 8 minutos después de que el helicóptero UH-60 Black Hawk de Cliff “Elvis “Wolcott, que servía de apoyo a la operación lanzada ese día, cayera en la capital somalí tras ser alcanzado por un RPG-7, este equipo acometía su labor de primer escalón del rescate táctico dando seguridad y usando técnicas de extracción y primeros auxilios, para que sus compañeros heridos tuvieran la oportunidad de sobrevivir y volver a casa.

Quizás este sea un capitulo poco conocido dentro de la epopeya del ejército americano convertida en leyenda por el libro de Mark Bowden y que más tarde llevaría Ridley Scott a la gran pantalla, pero sus protagonistas el Msgt. Timothy A. Wilkinson y el Msgt Scott Fales llevaron a cabo un verdadero acto de valor en combate consiguiendo que sus camaradas atrapados y heridos en zona caliente -en lo que denominamos una acción de Care Under Fire (CUF) o cuidados/asistencia bajo el fuego- llegaran hasta la zona fría y en consecuencia de regreso a base tras más de 12 horas bajo fuego enemigo.

Este es un claro ejemplo de que la evolución de equipos altamente entrenados en táctica y asistencia sanitaria son un elemento primordial para mantener la cadena de supervivencia cuando se producen heridos en una situación hostil. Sin embargo, la eficacia del rescate táctico carecería de valor de no contar con un factor fundamental como es que haya establecido un sistema coordinado de evacuación que finalice con el herido en el quirófano adecuado, lo antes posible y como dice nuestro gran camarada y mentor el doctor J.C. Meneses “a ser posible sin que sangre y que respire”.

Esto es algo que países como Israel, en eterno conflicto por su situación geopolítica y religiosa, tiene muy claro desde hace décadas, como quedó patente durante la operación THUNDERBOLT, el 4 de julio de 1976 para rescatar a 103 rehenes de manos de terroristas palestinos del FPLP y las Baader Meinhof alemanas, que habían desviado el avión de Air France hasta el aeropuerto de Entebbe (Kampala, Uganda), donde contaban con apoyo del gobierno establecido. Hasta el aeropuerto de Entebbe y en una operación sin precedentes, el primer ministro Yitzhak Rabin y el ministro de Defensa Simon Peres ordenaron el envío de cuatro aviones Hércules, no solo con comandos de la Sayeret Matkal para realizar la acción de rescate, sino también con un avión equipado y con personal táctico sanitario, para atender in situ y durante los primeros momentos del rescate a las posibles víctimas de la operación. Hay que tener en cuenta que la distancia que recorrieron era superior a 2500 km – ocho horas de vuelo con dichas aeronaves, equipamiento y trayecto sobrevolando diversos Estados hostiles- lo que hubiese dilatado mucho el tiempo hasta recibir una atención adecuada. A ello se añadió la colocación de un puesto de mando y control y asistencia hospitalaria en caso de necesidad para los posibles heridos en Nairobi, Kenya, que finalmente no fue necesario, pero que habría reducido los tiempos de traslado de ocho horas a apenas dos.

Mogadiscio y Entebbe son dos de los muchos ejemplos que muestran la necesidad de tener preestablecido un plan de rescate táctico antes de enfrentarnos a una operación, y no solo en zonas en conflicto sino también, especialmente en un contexto donde la amenaza terrorista permanece activa en buena parte de Occidente, en nuestro propio país. Un ejemplo al respecto quedó patente durante el secuestro llevado a cabo por un comando de unos 40 terroristas chechenos en el teatro Dubrovka, situado en pleno centro de Moscú, y que comenzó el 23 de octubre de 2002 para prolongarse durante tres días en los que los terroristas retuvieron a aproximadamente 850 rehenes. La amenaza de la inmolación y los IEDs colocados en los accesos del teatro convertía el rescate en una operación casi imposible sin causar un gran número de bajas. Aun así, se ideó y ejecutó un plan de asalto que podría haber sido un gran éxito dado lo complicado de la situación, pero acabó siendo un fiasco donde murieron cerca de 130 rehenes, en su mayoría no por efecto de disparos ni explosiones, sino por el gas utilizado para dormir a los terroristas en un intento de no darles tiempo a detonar los explosivos que habían colocado. En este caso, el principal fallo de la operación fue que se carecía de un plan de rescate, no se informó de que el gas utilizado, fentanilo, era un opiáceo y por consiguiente otro medicamento, la naloxona, podía revertir los efectos adversos del gas, no se pensó en como trasladar a tan numeroso grupo de rehenes en situación de inconsciencia inducida a un hospital, ni en los problemas de hipotermia que podría generar situar a personas inconscientes sin el abrigo adecuado en plena calle una noche de un mes de octubre en la capital moscovita.

En consecuencia, la mejor de las tácticas sin una buena medicina, en este caso un buen plan de coordinación y rescate táctico, llevan a la pérdida de vidas humanas al quedar rota la cadena de supervivencia, y con todo ello redunda en el consiguiente fracaso para los que vestimos un uniforme con la idea de, como dice el lema de los P.J., que otros puedan vivir.

A la vista de la situación actual nos queda por tratar en una próxima entrega las soluciones y la evolución hasta la actualidad de este tipo de mecanismos hasta llegar a los equipos de rescate táctico o las denominadas Rescue Task Force.

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