- David Crevillén - CEO
Barcelona 17-A: Un año de la tragedia.

Year 3 - Week 33.1
ISSN 2603 - 9931
El tiempo pasa rápido, si bien algunas heridas nunca se curan en su totalidad. Un año ha pasado desde que una tarde de agosto como la de hoy, la de ayer o la de mañana, el temido escenario que ya habíamos presenciado con anterioridad en ciudades como Niza, Berlín o Londres se materializara en Barcelona, con sus calles abarrotadas de turistas tanto de dentro como de fuera de España. El terrorismo jihadista, por su propia naturaleza e idiosincrasia, golpea indiscriminadamente. Una furgoneta de alquiler con cuatro terroristas se lanzaba por plenas Ramblas sobre los peatones desprevenidos, arrasando todo aquello que encontraba a su paso a lo largo de 700 metros. Los terroristas se dieron a la fuga, dejando tras de sí trece víctimas mortales y decenas de heridos de diversa gravedad. Horas más tarde, mientras miles de españoles permanecían frente a sus televisiones y dispositivos móviles, procesando lo sucedido conforme nuevos datos de la tragedia salían a la luz, sobre la una de la madrugada comienzan a llegar las noticias de un segundo ataque terrorista en la costera y también turística ciudad de Cambrils: los mismos terroristas fugados intentaron llevar a cabo otro atropello en el paseo marítimo, para bajar del vehículo armados con cuchillo e intentar perpetrar una segunda masacre. Sin embargo, interceptados por un control de los Mossos d’Esquadra, fueron abatidos, no sin antes lograr añadir a su macabra lista de objetivos una víctima más-. A ellos, se unen tres jihadistas más que se hallan en prisión desde días después del atentado, y el autor material del atropello de Las Ramblas, abatido también días más tarde. El Estado Islámico, a través de sus órganos propagandísticos, no tardó en capitalizar el ataque como su victoria y a los perpetradores como sus soldados.
No tardaron en unirse los puntos con un incidente sucedido días antes en la población tarraconense de Alcanar, donde se había producido una gran explosión que inicialmente se achacó a la presencia de un elevado e inexplicable número de bombonas de propano en una vivienda. La casa de Alcanar había sido alquilada por los jóvenes miembros de la célula, magrebíes que desde niños vivían en Cataluña y parecían estar perfectamente integrados, pero que se habían radicalizado a instancias de un imam conocido por los servicios de inteligencia y de seguridad, y que falleció en la explosión de la casa. Sin embargo, los jóvenes miembros de la célula no levantaron sospecha alguna en su zona de operaciones. Durante un año planearon el ataque y fabricaron –sustancia que explotó, propiamente, en la vivienda- Triperóxido de Triacetona, una sustancia de relativamente fácil elaboración con materiales de uso dual, pero altamente inestable, especialmente a los cambios de presión y temperatura, y que al-Qaeda y posteriormente el Estado Islámico llevan enseñando cómo fabricar desde 2010 a través de distintos medios de propaganda. Paradójicamente, la escasa capacitación técnica y logística de la célula salvó a la capital condal de una tragedia aún mayor. Conforme datos se han ido haciendo públicos tras levantar el juez parcialmente el secreto de sumario, el plan inicial no era solo atentar contra la Sagrada Familia, sino emular el ejemplo de la Sala Bataclán (noviembre de 2015, París), planeando ataques sobre el Camp Nou –paralelismo con el suicida de Saint Dennis-, así como discotecas, salas de fiesta gays en Sitges –Sala Pulse, Orlando, junio de 2016- o festivales de música como el Rototom Sunsplash de Benicassim. La especificidad de este tipo de ataques, donde la célula carece de conexión física con la organización “nodriza” –el Estado Islámico- evitó, como decíamos, una tragedia de mucha mayor dimensión.
Lo que continúa llamando la atención es “que nadie viera nada”, que nadie conectara al imam con la célula, a ocho chicos aparentemente normales en proceso de radicalización, la actividad anormal que comenzaron a llevar a cabo o la también anormal actividad que en las últimas semanas se estaba produciendo en la casa de Alcanar. Lo más sencillo es culpabilizar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pero el problema viene de lo más profundo: del desconocimiento de la sociedad. Un país como España, que ha vivido cuarenta años acostumbrado a mirar en los bajos de los coches, debe cambiar su enfoque y aprender a discernir nuevos patrones que son normales de otros que no lo son, debe recuperar la confianza en sus Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, a sabiendas de que sin ser la panacea y con recursos finitos, son los profesionales que garantizan la seguridad del ciudadano. Pero sobre todo, la sociedad española debe ser consciente que la víctima potencial es ella, por ser occidental, por seguir una determinada escala de valores éticos, morales, políticos o religiosos. Y por ello, es la sociedad la que debe estar preparada para discernir y detectar, para gestionar un incidente y asistir a las víctimas, porque ahí está la victoria frente al terrorismo, en sustraer víctimas y en vencer al miedo impuesto por la violencia, y el miedo, ese enemigo ancestral del hombre, solo se vence venciendo el desconocimiento: saber a qué nos enfrentamos, saber qué debemos hacer, saber cómo debemos actuar. Porque todos podemos ser víctimas, todos podemos plantar cara.
Barcelona, 17 de agosto de 2017 – Madrid, 17 de agosto de 2018.
En recuerdo de las víctimas.
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