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  • Beatriz Gutierrez

Conflictos Internacionales en la Nueva Geopolítica


Year 3 - Week 25

ISSN 2603 - 9931

Los conflictos armados son un fenómeno clásico desde los orígenes de la humanidad, donde el uso de la violencia se ha utilizado como medio de resolución de conflictos y de consecución de los intereses de actores tanto estatales como no estatales. En este sentido, conforme las sociedades han evolucionado, del mismo modo han evolucionado los conflictos armados. La sociedad internacional, compuesta por Estados Nación desde finales de la Edad Media, conforme se producían nuevos procesos expansivos a través de la colonización a lo largo de los siglos XVIII y XIX, evolucionó hacia una multiplicidad de actores donde los Estados, si bien han permanecido gozando de una importancia sustantiva en base a sus capacidades organizativas y técnicas, comenzaron a coexistir con actores no estatales que, si bien originariamente constituían fuerzas reaccionarias a la ocupación colonial, paulatinamente también diversificaron sus motivaciones hacia ideologías radicales o económicas. De este modo, debemos diferenciar dos tipos de conflictos, los conflictos entre Estados o conflictos convencionales y los conflictos entre actores estatales y no-estatales, o conflictos asimétricos. En este sentido podemos definir los conflictos convencionales aquellos que tienen lugar entre Estados, con ejércitos regulares sujetos al derecho internacional y de la guerra y con una relativa simetría organizativa y en términos de capacidades. Por otra parte, los conflictos asimétricos son aquéllos entre un actor estatal y un actor no-estatal, existiendo entre ambos un desequilibrio organizativo, en sus capacidades y en su planeamiento estratégico, operativo y táctico.

En términos históricos, se considera que el último conflicto convencional tuvo lugar en 1991 durante la guerra del Golfo, con la liberación de Kuwait por Estados Unidos tras haber sido ocupado por las fuerzas iraquíes. Sin embargo, a lo largo de toda la Guerra Fría tanto los Estados Unidos como líder del bloque occidental, como la Unión Soviética, como adalid del bloque comunista, se enfrentaron en diversos entornos en lo que se denomina guerras proxy o de proximidad. Estos conflictos, como claro ejemplo de internacionalización, se basaban en ambos hegemones evitando una confrontación directa, que se transfería a sendos aliados que a su vez se enfrentaban sobre una determinada área en que ambos hegemones buscaban consolidar su influencia. Así, la Unión Soviética invadió Afganistán en 1979 para dar cobertura al gobierno prosoviético del país, mientras que los Estados Unidos, para prevenir la consolidación soviética en esta región que actúa como “buffer de seguridad” entre Pakistán e India -áreas de interés tradicional británico y por tanto occidental- y el Cáucaso -área de interés tradicional ruso-, armaron y entrenaron a la resistencia afgana antisoviética, incluyendo a los que posteriormente se convertirían los muyahidines germen de al-Qaeda. De este modo, podemos observar cómo la dinámica convencional bipolar se trasladó al ámbito asimétrico como mecanismo de ampliar áreas de influencia sin alterar el statu quo bipolar.

Paralelamente, conflictos como los acaecidos en los Balcanes o Rwanda pusieron de manifiesto una nueva pauta: tras superar la dinámica bipolar tras el colapso de la URSS en 1991, se puso de manifiesto una nueva línea de separación en la sociedad internacional, siguiendo criterios económicos y de desarrollo. En este sentido comienza a manejarse el concepto de Estados fallidos que no tiene capacidad o voluntad de proteger a su población o incluso es el propio Estado quien ataca desde sus instituciones a una parte de dicha población, debido a divisiones ideológicas, sectarias o étnicas. Sin la intervención de los hegemones en la dinámica de la bipolaridad, la responsabilidad de la protección de estas poblaciones masacradas fue asumida por parte de la propia sociedad internacional a través de las Naciones Unidas en la doctrina de la “Responsabilidad de Proteger”; así, se planteaba un nuevo tipo de operaciones militares destinadas a frenar la matanza y reforzar las estructuras estatales siguiendo bases de respeto a la ley y los derechos humanos que previniesen ulteriores masacres, configurando un nuevo modelo de conflicto en que intervienen actores estatales y no-estatales, pero donde las categorías convencional/asimétrico parecen difuminarse. Sin embargo, pronto viejas líneas hegemónicas comenzaron a vislumbrarse en este planteamiento: el conflicto libio en el marco de las Primaveras Árabes (2011) provocó la intervención de Naciones Unidas en una operación bajo mandato OTAN bajo el nombre Unified Protector que, ulteriormente derivó en el derrocamiento de Muammar al-Gadaffi. Ni la asunción del mando de la operación por OTAN ni el subsiguiente cambio de régimen entraban dentro de los objetivos aprobados por algunos de los miembros del Consejo de Seguridad, especialmente Rusia y China, por lo que cuando la situación libia se reprodujo como una serie de llamativos elementos en común en Siria y la comunidad internacional propuso una respuesta similar China y especialmente Rusia, con amplios intereses en el país mediterráneo y especialmente en el puerto de Latakia, tradicional salida estratégica rusa al Mediterráneo desde los albores del régimen de los al-Assad, vetaron la propuesta. El resultado es que, una vez más, el conflicto ha vuelto a converger en una suerte de guerra de proximidad por la influencia regional, esta vez en Oriente Medio, donde Rusia apoya al régimen sirio, mientras que una coalición de Estados liderada por Estados Unidos bajo la operación Inherent Resolve, bombardea las posiciones del Estado Islámico -actor no-estatal escindido de al-Qaida que hizo acto de presencia en 2013 aprovechando el vacío de poder provocado por la guerra civil siria- mientras de facto apoya a otros actores tales como las milicias kurdas, que a su vez se oponen al régimen sirio.

Finalmente, en atención la nueva pauta de interacción al margen de los clásicos conflictos internacionales convencionales, debemos mencionar las nuevas amenazas que con mayor persistencia se han dado lugar en las últimas décadas. En este sentido destacan como actores no estatales causante de conflictos asimétricos grupos de carácter terrorista, como pueden ser al-Qaeda o el Estado Islámico, grupos de crimen organizado y la conjunción simbiótica de ambos. Por terrorismo entendemos aquél grupo que se enfrenta a un poder establecido con una motivación ideológica a través de acciones armadas cuyo propósito, más allá del propiamente militar, es el de aterrorizar a una población-objetivo para lograr el derrumbe de dicho poder. Así, grupos como al-Qaeda o el Estado Islámico han sucedido con una ideología jihadista y una estructura en red a grupos terroristas tradicionales de ideología nacionalista o de nueva izquierda como ETA, el IRA o Sendero Luminoso. En cualquier caso y con mayor o menor éxito, estos grupos han contado y cuentan con apoyos sociales sobre un territorio establecido, llegando incluso a estructuras territoriales pseudoestatales como el caso del Estado Islámico en Siria e Iraq entre 2013 y 2016.

En segundo lugar, debemos mencionar los grupos de crimen organizado, que, según la definición provista por la Oficina de Drogas y Crimen Organizado de las Naciones Unidas, es aquella asociación de tres o más individuos reunidos sobre un periodo prolongado de tiempo para la comisión de delitos cuya pena conlleva una pena de cárcel superior a cuatro años. Con la aparición de nuevos métodos de comunicación la internacionalización de la criminalidad organizada se ha expandido exponencialmente, destacando tres principales flujos: seres humanos, incluyendo explotación laboral -proxenetismo y explotación laboral no-sexual- y tráfico de seres humanos; tráfico de armas, uno de los principales tráficos de cara al análisis de los conflictos internacionales, pues de estos canales ilegales de donde los actores no-estatales se nutren de armas con las que prolongar la lucha; y tráfico de drogas, donde destacan la cocaína, los opiáceos como la heroína, y el cannabis y sus derivados.

De la conjunción de terrorismo y crimen organizado se están produciendo algunas de las simbiosis que constituyen mayores amenazas para los Estados: mientras que los grupos terroristas proporcionan apoyos sociales y controlan un territorio que permite a los grupos criminales organizados desarrollar en condiciones de seguridad sus negocios delictivos, éstos contribuyen a la financiación de los primeros a cambio de protección en los territorios en los que operan. Casos de estas alianzas de hecho son los taliban y los traficantes de opio en Afganistán, los cárteles de la droga en Colombia con las FARC y el ELN o la situación en México donde se añade la variable de que son los propios cárteles los que han desarrollado milicias que utilizan tácticas terroristas contra el gobierno para preservar la estructura de negocio del grupo.

Para concluir, ¿cuáles son las medidas que los Estados pueden tomar ante este tipo de amenazas? Si atendemos a los indicadores que definen a un Estado como fallido, podemos señalar tres grupos, los referentes a desarrollo y seguridad humana -la ausencia de privaciones-, transparencia y respeto por la ley -que se traduce en una justicia equitativa-, y calidad del sector seguridad -formado por fuerzas armadas, fuerzas policiales y del orden público y sistema judicial, que garantizan el orden y la efectividad de la justicia y por tanto del sistema administrativo-. Estos tres elementos apuntan a la necesidad de mecanismos integrados de respuesta y a enfoques multidisciplinares que aúnen respuesta por parte de las Fuerzas Armadas para garantizar la soberanía nacional frente a agresiones externas, a fuerzas policiales para garantizar el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado -redundando en la ausencia de violencia no-estatal, como puede ser la terrorista-, pero también la efectiva y equitativa aplicación de la ley, y, finalmente, una pieza clave como es la concienciación ciudadana en que la seguridad es una responsabilidad compartida. El fallo de cualquiera de estos tres ejes puede implicar la ineficacia del sistema y la amenaza para el Estado y sus ciudadanos.

Extracto de la clase impartida para el Curso de Geopolítica del Instituto Nacional de Estudios Estratégicos y de Seguridad (INEES) de Guatemala.

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