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  • Beatriz Gutierrez

Tres veces Santa: Jerusalén y los disturbios del Monte del Templo


Year 2 - Week 31

Hace ya dos semanas, el pasado 14 de julio, un nuevo atentado en la Ciudad Vieja de Jerusalén volvía a traer a las primeras páginas de la prensa internacional el conflicto palestino-israelí. El escenario es probablemente uno de los lugares considerados más sagrados en el mundo, al igual que lo es la Ciudad Santa de Jerusalén: el Monte del Templo contiene en un mismo recinto el Muro de las Lamentaciones, único muro superviviente de la destrucción del Templo de Salomón por las legiones romanas del emperador Tito, Templo que los cristianos veneran como la Casa del Padre a la que tantas veces Jesucristo aparece vinculado, y desde donde el profeta Mahoma ascendió a los cielos, convirtiendo Jerusalén en la tercera ciudad santa del Islam. Devastada Jerusalén por siglos –que no años- de guerras y conquistas, en el año 636 los ejércitos musulmanes en su avance hacia el norte ocupan la ciudad de manos bizantinas –y por tanto cristianas-, integrándola en el primer Califato. A finales del siglo VII se finaliza la construcción de la mezquita de al-Aqsa y se comienza la edificación de la Cúpula de la Roca, santuario que cubre la roca donde la tradición judía y musulmana atribuye a Abraham el sacrificio de Isaac y desde donde la tradición islámica considera que Mahoma ascendió a los cielos. El conjunto del complejo edilicio se conoce como Haram al-Sharif (“Sagrado Recinto”), siendo su muro Suroeste el fragmento que queda en pie del Templo de Salomón. De este modo, los judíos rezan en el Muro de las Lamentaciones mientras los musulmanes lo hacen sobre sus cabezas, en la Explanada de las Mezquitas. Si existe un punto geográfico donde el conflicto palestino-israelí se convierte en un conflicto identitario y religioso, es en el Monte del Templo.

El pasado viernes 14 de julio sobre las 7 de la mañana tres jóvenes palestinos se acercaron al recinto de la Explanada por la entrada de la Puerta de los Leones, una de las entradas laterales, con menor afluencia que las que se encuentran en el interior de la Ciudad Vieja. Cualquiera que conozca el recinto sabe que sus accesos están custodiados las veinticuatro horas del día por agentes de la policía israelí, y durante el día con frecuencia refuerzos de ejército. Tradicionalmente, los agentes de policía son drusos o de origen árabe, para minimizar las siempre presentes tensiones. Esta presencia policial convierte un clásico objetivo blando como son los lugares de culto, en un fortín. Definido el objetivo, los tres jóvenes abrieron fuego sobre los policías situados en dicho acceso. Un incidente que podemos calificar como de tirador activo, puesto que dispararon indiscriminadamente sobre un grupo de víctimas potenciales, tratando de provocar el mayor número posible de muertes y donde los primeros respondientes fueron los propios compañeros de las víctimas, y que se saldó con dos policías muertos y otro herido. Las armas de elección, como viene siendo una pauta en los atentados con armas de fuego que han tenido lugar en el último año y medio en Israel, fueron dos Carl Gustav, popularmente conocidos como “Carlos”, y una pistola. Sin embargo, como acto terrorista el simbolismo supera a la acción en sí: tras llevar a cabo el ataque, los terroristas huyeron al interior de la Explanada, atrayendo al interior de la misma a la policía israelí, que pronto neutralizó a los atacantes. Un vídeo de uno de los fieles que acuden cada mañana a al-Aqsa se hizo viral en cuestión de minutos con las imágenes de la policía en el interior del Haram al-Sharif abatiendo a los terroristas, convirtiéndolos automáticamente en mártires, ishtishadiin caídos en el transcurso de una operación. Bajo este prisma, el atentado terrorista adquirió tintes de agravio contra la identidad palestina en general y musulmana en concreto.

Las respuestas en las últimas dos semanas han sido variadas. El atentado del 14 de julio trae ecos del pasado, en lo que se denominó Intifada de al-Aqsa, tras lo que la comunidad palestina consideró otra violación de la Explanada, cuando en septiembre de 2000 Ariel Sharon paseó por la misma rodeada de un fuerte dispositivo de seguridad. Tras el incidente, se sucedieron cinco años de violencia desatada protagonizada por recurrentes atentados suicidas. Si bien es cierto que desde octubre de 2015 Israel se halla inmerso en otra oleada de violencia que los distintos grupos palestinos han denominado la “Intifada de al-Quds” o “Intifada de los cuchillos”, los niveles de violencia parecían haberse reducido en los últimos años. Las últimas semanas han revertido esta tendencia en varios sentidos.

En primer lugar, la respuesta israelí basada primero en el cierre de la Explanada y posteriormente la colocación de arcos de detección de metales en los accesos a la misma ha provocado una reacción política entre los principales partidos y movimientos de la denominada resistencia palestina. Especialmente relevantes han resultado los llamamientos de al-Fatah, partido en el gobierno de la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, y Hamas, para la celebración del “Día de la Ira” el viernes 21 de julio, convocando a las masas palestinas a la concentración y a la presión frente a las autoridades israelíes. Efectivamente, tanto el viernes 21 como el 28, los disturbios en Jerusalén y poblaciones limítrofes como Tikoa o los checkpoints de Belén han alcanzado niveles de violencia no equiparables desde los prolegómenos de la tercera guerra de Gaza en el verano de 2014.

En segundo lugar, Hamas como gobierno en la Franja de Gaza, y su brazo armado, las Brigadas del Mártir Izz ad-Din al-Qassam, celebraron un desfile por la victoria en al-Aqsa aglutinando a todas las facciones de la Resistencia[1]; el hecho es que en las publicaciones de las Brigadas al-Qassam aparecen claramente miembros de los Mártires de al-Aqsa, grupo con el que las primeras han mantenido una buena relación operativa, si bien al tratarse de un grupo perteneciente a al-Fatah se le trataba de mantener alejado en el aspecto político y mediático. La demostración de fuerza del pasado 25 de julio induce a pensar en un cambio del tratamiento mediático de alineamientos en el seno de las Brigadas, como muestra de cohesión social frente a la todavía presente escisión entre los gobiernos de Gaza (Hamas) y Cisjordania (al-Fatah).

Finalmente, las dinámicas políticas de los principales partidos han sido contestadas por la calle. La respuesta de la comunidad musulmana de Jerusalén no ha tenido parangón desde finales de los ochenta cuando durante la I Intifada determinados movimientos ciudadanos optaron por una respuesta de desobediencia civil hacia las autoridades israelíes como fuera ocupante. En este caso las sentadas y rezos masivos en las inmediaciones de la Explanada como respuesta tanto a los arcos detectores israelíes como a la clase política palestina, que tras dos años de Intifada de al-Quds no ha logrado traducir en mejoras para la ciudadanía las acciones armadas recurrentes y de baja intensidad llevadas a cabo por el pueblo en forma de lobos solitarios, por lo que si la lucha armada pertenece al pueblo, igualmente la respuesta a las autoridades israelíes debe venir dictada por la calle y no por los despachos políticos.

La insurgencia palestina es un caso totalmente sui generis de adaptación a los cambios en el ecosistema de conflicto, donde unos actores suceden a otros modificando protagonismos y modus operandi para garantizar la continuidad del sistema. Pero paralelamente también es un caso único en tanto en cuanto que de forma recurrente una pequeña acción es el detonante de un nuevo modelo de respuesta que canaliza la resistencia a través de una oleada de violencia que se nutre tanto de lecciones aprendidas, como de altas dosis de innovación.

[1] Las facciones de la Resistencia o Consejo de la Muqawama son todos aquellos grupos reconocidos por el gobierno de Hamas como activos en la lucha armada contra Israel, tales como la Saraya al-Quds (brazo armado de Jihad Islámica Palestina), el FPLP o las Brigadas de los Mártires de al-Aqsa, vinculadas a al-Fatah. Excluyen a grupos salafistas jihadistas como Bayt al-Maqdis por considerarlos jihadistas gobales no centrados en la liberación de Palestina.

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