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  • Redacción GrupoDC Solutions

COMENTARIO A “ON WAR: LESSONS TO BE LEARNED”, DE H.R. MCMASTER.


Year 2 - Week 5

Herbert Raymond McMaster, nuevo consejero de seguridad nacional de la administración Trump, es, por encima de todo, un hombre de armas, militar, teniente general, y respetado estratega del Ejército de los Estados Unidos de América. La Guerra del Golfo (1991), Iraq o Afganistán son algunos de sus principales destinos y, hasta el momento de su nombramiento, era director del TRADOC –equivalente al MADOC español-, donde ha destacado por su valía y visión estratégica en la redefinición doctrinaria militar estadounidense, en la que destacan como ejes las capacidades sobre el terreno y la tecnología como clave para mantener la posición preeminente de los EEUU en términos globales.

El análisis de este doctor en Historia Contemporánea sobre la guerra no es reciente ni coyuntural, sino una reflexión derivada de años de servicio a su país. Hasta el 11-S, siguiendo la estela de Fukuyama, la guerra se configuraba como un paradigma etéreo, “la guerra futura”, mientras que se desatendieron nuevas formas de conflicto, como los conflictos asimétricos que implicaban a actores no-estatales de naturaleza insurgente y –específicamente-terrorista y que en los albores del S.XXI ya constituían una amenaza. En este sentido, la Revolución de los Asuntos Militares olvidaba una premisa: las capacidades tecnológicas no siempre son las más adecuadas para combatir a una insurgencia. Los Estados, empezando por los Estados Unidos de América, se equivocaban en lanzarse a la guerra con un paradigma monolítico, sin analizar previamente la naturaleza del conflicto y sus especificidades. Partiendo de este punto, los niveles de conducción bélica se fueron demostrando erróneos y redundaron en la necesidad de readaptación ad hoc al escenario encontrado sobre el terreno.

Y entonces llegaron Afganistán e Iraq. Hasta 2003 y la Operación Anaconda las fuerzas de la Coalición internacional no lograron, pese a todos los recursos C4ISR, neutralizar efectividad sobre las concentraciones de talibanes y efectivos de al-Qaida, como muestra la batalla de Tora Bora. Sin embargo, estas lessons learned tampoco tuvieron un impacto en el planeamiento de Iraqi Freedom. Y lo mismo puede decirse de la segunda guerra de Líbano: un Israel confiado en sus capacidades militares previó una guerra rápida, de neutralización aérea basada en inteligencia precisa de los focos de resistencia de Hizbullah, cuando lo que se encontró sobre el terreno fue una ofensiva casi convencional –recordemos que la segunda guerra de Líbano se considera paradigmática como ejemplo de guerra híbrida- que obligó a la movilización de reservistas con urgencia para poder mantener la ofensiva bélica… terrestre. La tecnología de la información, la elaboración de inteligencia, etcétera, es clave. Pero si no existe una desconexión entre realidades sobre el terreno y diseño estratégico, el conflicto, con total probabilidad, se va a convertir en una guerra de desgaste ante un enemigo difuso, motivado, y que juega con el terreno y la población –o al menos buena parte de ella- a su favor. La Contrainsurgencia se basa en el conocimiento del otro, y en este sentido las nuevas tecnologías son un apoyo, pero no un factor decisivo que levante la niebla del combate. A ello se une la necesidad de una visión integral post-conflicto, no por buenismo, sino por legitimidad sobre el terreno: la consolidación, pacificación y reconstrucción puede marcar la diferencia entre que un ejército foráneo sea percibido como una ocupación o como un apoyo, y en último lugar conducir a un fracaso prolongado a lo largo de años, o a una victoria moral.

Las guerras del futuro, sorprendentemente, han resultado ser las guerras del pasado, y sin negarle validez a la Revolución de los Asuntos Militares, se siguen combatiendo, y ganando o perdiendo sobre el terreno. La inteligencia es un recurso básico en sus niveles estratégico, operativo y táctico, y no sólo en su vertiente militar. Inteligencia económica, social, cultural, pueden determinar el desarrollo de una operación. Modelos como el “Comprehensive Approach” de OTAN, sin embargo, no han terminado de cuajar como mecanismo contrainsurgente. Y sin embargo son estos elementos los que, en última instancia, van a permitir el tan traído y llevado “winning hearts and minds” que constituye la piedra angular de la contrainsurgencia porque es la base del apoyo de la población y de la legitimidad de un modelo político y de estabilidad en concreto.

Las guerras del futuro, que también son las guerras del pasado, rudimentarias, entre las arenas del desierto o la densidad de la jungla, se luchan sobre el terreno, frente a un enemigo difuso y entre una población hostil que se debe ganar con inteligencia –militar, pero también mental- y respeto a las normas fundamentales de la guerra. Y se deben ganar, ante todo, en casa. Nos viene a la mente, para terminar con esta reflexión, el panegírico del senador –y veterano de Vietnam- John McCain tras la muerte del general vietnamita Vo Nguyen Giap de quien parafrasea: “Vosotros nos matáis a diez, y nosotros a uno de los vuestros. Pero al final os cansaréis de morir antes que nosotros”. La implicación de un conflicto no sólo se mide en batallas, victorias y derrotas, también en familias que a miles de kilómetros sufren las consecuencias. Y ello forma parte, para bien y para mal, del planeamiento estratégico: generar un frente común en casa que permita el esfuerzo en el extranjero o carecer de él.

McMaster lleva apenas un día en su nuevo destino, pero esperemos que vuelva a traer a la mesa de la doctrina contrainsurgente estadounidense estas consideraciones sobre las guerras del futuro, que son también las del pasado.

#Inteligenciamilitar

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